Es común encontrar personas que consideran que la educación y más aún, el aprendizaje son «males necesarios» para adquirir un título o grado académico que nos permita ganar más y acceder a un mejor estilo de vida. No es necesario iniciar un debate acerca del valor del aprendizaje y de sus indicadores relativos o títulos académicos que de acuerdo a la estructura política de un país, genéricamente miden el desarrollo personal, la capacidad de resolución de problemas y la supuesta capacidad de aquellas personas que ostentan estos diplomas, en un campo ocupacional determinado.

Es común escuchar la pregunta universitaria típica de ¿Cuánto te falta?, haciendo referencia al currículum de una carrera académica y a la cantidad de materias que todavía quedan por cursar para obtener el tan deseado título. Conozco profesionales que se precian humorísticamente de no haber leído un libro desde la Licenciatura o la Maestría que obtuvieron con fines similares a los descritos en el primer párrafo. ¿Será que estos profesionales han descubierto la manera de congelar el tiempo y quedarse en una etapa social distinta a la actual, en la que las necesidades y dificultades de cada labor cambian vertiginosa y constantemente? La cultura antieducativa es común en nuestro país y muchas veces, los profesionales abandonan con su titulación, sus deseos de superación personal, si es que alguna vez los tuvieron.

El aprendizaje es un proceso constante de adaptación a las condiciones ambientales que rara vez son idénticas entre sí y que definen la necesidad de desarrollar una variada gama de herramientas, además de una actitud de asumir riesgos controlados para lograr la meta de todos los profesionales, y que es la de ser efectivos en la transformación de las realidades naturales en cada campo. Es aprendizaje es en todo caso una actitud que la gente puede o no tener y que brinda la posibilidad de crecer ilimitadamente en uno o varios campos de conocimiento humano.

Muchos de estos profesionales consumados, que no necesitan seguir aprendiendo, llegan a desarrollar un resentimiento categórico en contra de las nuevas generaciones de profesionales en su campo, en contra de los nuevos métodos y las nuevas características del mercado en el que se mueven. Es verdaderamente difícil adaptarse sin cambiar, adquirir nuevas competencias sin ceder el espacio de aquellas que ya han perdido vigencia, y lograr sobrevivir insistiendo en el telégrafo en contra del Internet. No es que las tecnologías y conocimientos del pasado hayan perdido su efectividad, sino que las nuevas exigencias y oportunidades tecnológicas marcan las nuevas tendencias sociales, que los profesionales debemos atender.

El aprendizaje marca la senda hacia la sabiduría y son los sabios los que marcan las tendencias y modifican la realidad. No podemos pretender ser destacados sin adaptarnos a las nuevas características de nuestro entorno. Debemos en todo caso, considerar que los expertos exitosos son aquellos que más saben, los que efectivamente pueden comprender, atender y resolver efectivamente los retos de hoy y de mañana, mientras su economía crece exponencialmente gracias a su capacidad, su efectividad y su sabiduría.