Cuantas personas conocemos que pasan la vida esperando que se den las condiciones, los permisos, las ayudas y hasta los milagros necesarios para realizarce en sus sueños, anhelos, deseos? Cuantas de estas personas logran que esos anhelos se hagan realidad y qué tan frecuentemente se concretan estas bellas, satisfactorias e inútiles intensiones?

No es que los sueños, anhelos, deseos sean inútiles, muy por el contrario, son importantes y cumplen una función afectiva imprescindible en la vida, fungiendo como motores que nos impulsan a seguir adelante y a ha crecer. Sin embargo, cuando dichos sueños se quedan en la fantasía, en el plano de deseo, cumplen otra función no menos relevante pero muy contradictoria a su origen y alcance. Cuando una persona tiene deseos que no hace cumplir, estos tienden a volver frustraciones y, cuando una persona espera que mediante medios externos, la lotería, un favor o un milagro, en lugar de asumir su deseo como un poryecto, entonces se predispone a sufrir de una frustración progresiva y potencialmente letal.

Potencialmente, cada persona es capaz de lograr cualquier cosa que se proponga pero es necesario un plan y una cantidad de trabajo proporcional a la magnitud del reto. Todos anhelamos, pero no todos trabajamos hacia el logro de los sueños. Contrario a lo que se propone actualmente en textos como el secreto y otros de ese orden, no es únicamente mediante el deseo constante, intenso y estructurado que se logran las metas, es siempre necesario dedicarnos, también en la práctica y mediante un plan acertado de trabajo que en realidad atraeremos el logro de nuestros preciados sueños.

Finalmente, nuestra vida, compuesta por eventos, relaciones y objetvos, es nuestra absoluta y única responsabilidad a partir de nuestra individuación de la dependencia de nuestros padres. Somos el resultado de nosotros mismos, mediante el trabajo en ese gran proyecto de nuestra vida, de nuestro proyecto.