En el ser humano, el proceso de socialización inicia antes inclusive del nacimiento y desde etapas muy tempranas, previas a la venida al mundo, se reconocen distintos sonidos, espacios y voces.  Las voces de los padres son principalmente las más reconocidas y las que generan diversas reacciones psicoafectivas en el feto desde momentos tempranos de la gestación, logrando un impacto y estimulación de suma relevancia en el desarrollo y vida futura del ser humano. Es desde este momento, que el niño desarrolla la familiaridad hacia las personas de su entorno y las incorpora a su vida, en la frecuencia e intensidad en la que estas se presentan. Es desde este punto en el que el niño sabe que tiene almenos dos figuras importantes que lo acompañan en su vida, en los casos en los que cuentan con una figura paterna y otra materna, quienes serán parte de su vida en adelante.

Es improbable que, excepto mediante actos deliberados, un padre o una madre puedan abandonar ese vínculo hacia sus hijos, dado que inclusive en su ausencia se conserva el lazo bio psico social entre padres e hijos. Este vínculo no se disuelve a pesar de los deseos de ciertas corrientes ideológicas e instituciones sociales que promueven la separación sistemática de los niños, de sus figuras parentales. Son numerosos los casos en los que una persona, después de años de separación de una de sus figuras parentales, se encuentra con esta y retoma la relación, logrando restablecer el vínculo en algún nivel. Es sumamente interesante que aun cuando padres e hijos han sido separados previo al nacimiento o no tuvieron contacto con ellos en esa etapa, existe una tendencia a vincular entre estos individuos, que solo puede ser negada mediante el rechazo voluntario por parte de alguna de estas figuras. Esto es, se es padre e hijo, a pesar de la separación y solo se puede impedir el contacto mas no la relación, que al menos a nivel biológico permanece a lo largo del tiempo.

Lo que se busca establecer en estas líneas, es lo que Nelson Zicavo, psicólogo argentino experto en Síndrome de Alienación Parental, propone como la recomendación central contra ese mal social, “se acaba la pareja pero la familia no”. Zicavo propone la Crianza Compartida, en la que padre y madre, a pesar de no ser pareja, tienen un rol equitativo en la crianza y educación de sus hijos, que en las culturas más adelantadas puede traducirse inclusive en una distribución equitativa del tiempo de convivencia con los unos y las otras. Esta idea, tan lógica en apariencia, es fuertemente rechazada por la ideología machista que dice que los hijos pertenecen a las madres y que los padres cumplen con su responsabilidad, exclusivamente mediante el aporte de una cantidad de dinero.

Después de la separación o divorcio, nuevas condiciones modifican el estilo de vida de los antiguos cónyuges y de todos los involucrados en dicha dinámica familiar, directa o indirectamente. Se debe dar un reacomodo de la estructura, la dinámica, la vivienda, la economía, el contacto, mas no en la relación entre padres e hijos. Padre y madre ya no son cónyuges pero ambos siguen en sus roles hacia sus hijos. La crianza y responsabilidad parental ahora debe ser ejercida por ambos desde sus nuevas circunstancias de vida y todavía de manera colaborativa.

Ante la sabiduría de que estas relaciones parento-filiales seguirán existiendo a pesar de la separación, la opción racional y asertiva hacia los niños es la de garantizarles la conservación de sus derechos y deberes filiales hacia ambas figuras parentales y sus derechos humanos de libertad, respeto y familia, evitando convertirlos en “bienes gananciales” y tomando en cuenta que para los hijos, excepto mediante eventos de naturaleza adversa en relación a padre o madre, o mediante manipulación deliberada en contra de alguna de sus figuras parentales, papá y mamá seguirán siendo papá y mamá siempre.

Naturalmente, no se puede pretender que los hijos no extrañen, sufran la ausencia y hasta tengan repercusiones psicológicas a raíz de la salida de sus padres de su hogar y la reorganización de los tiempos y espacios de convivencia con estos. No se puede esperar que la euforia de la nueva soltería que experimentan las personas separadas, cuente como motivo para que los hijos acepten tranquilamente la separación de sus padres y abandonen el deseo de recuperar la estructura familiar y hasta el vínculo conyugal entre ellos, mismo que dio origen a sus vidas o al menos a sus estilos de vida. Se sabe que aún muchos años después, muchas personas desearían que sus padres vuelvan a ser pareja a pesar de que esto sea imposible y existan ya nuevas parejas. El bienestar de los niños será alterado invariablemente en una separación, a pesar de las posibles experiencias placenteras que los padres obtengan a raíz de este nuevo estatus civil y social. Con esto se establece que para muchas personas adultas, la separación propia o la de sus amigos, familiares, vecinos o allegados, puede ser un alivio y hasta una alegría, y esto, dependiendo de las circunstancias puede ser cierto para estos adultos, pero para los hijos, la separación o divorcio de sus padres es siempre una pérdida y representa un reto a elaborar y superar. En casos en los que la convivencia con un padre o una madre represente adversidades reales, es posible que los niños experimenten un alivio ante la salida de una figura adversa del hogar, pero a nivel emocional hay siempre una pérdida significativa.

En todo caso, los niños y su bienestar son influidos por el bienestar de sus padres pero no puede esperarse que no haya una conmoción a raíz de una separación, especialmente cuando los niños no han experimentado dificultades con sus padres, aunque la relación conyugal haya sido muy adversa entre la pareja. No es válido forzar u obligar a un niño a decir que se alegra de la disolución de la pareja, de la nueva soltería o de la salida del padre de la casa, dado que este es un juego de lealtad que puede sumir a un niño en una condición comprometedora de su bienestar emocional. El bienestar de los padres influirá en el de sus hijos, una vez que este bienestar sea real y se haya superado la etapa de ajuste y duelo por la separación, tanto en padres como en hijos. Se espera que padre y madre evolucionen hasta recuperar su nivel de bienestar y entonces, con mayor fortaleza, autonomía y satisfacción con su propia vida puedan influir mediante un modelaje efectivo en el bienestar de sus hijos, dejando atrás resentimientos y venganzas absurdas, en las que invariablemente se ven involucrados los menores.

Es un error común en estas condiciones, confundir placer con bienestar. Los círculos sociales y actividades a las que típicamente los ex cónyuges acceden posteriormente a su separación pueden ser muy placenteras pero no necesariamente representan un nivel de bienestar real y en su lugar muchas veces representan una fachada de alegría, entusiasmo, liberalidad que se evidencia mediante nuevas parejas, fiestas, paseos, actividades para adultos y otras. Es común también escuchar a una persona separada decir “mis hijos están bien porque yo estoy feliz”, haciendo alusión a las emociones placenteras producto de la separación y al supuesto impacto que dichas emociones deben tener en el nivel de bienestar de los niños, a los cuales inclusive se les manipula o coacciona a celebrar la separación y vivirla como un evento positivo, negando sus emociones de pérdida.

Ante una separación, los niños necesitan que se respeten sus emociones, derechos y voluntad de abstenerse de participar en una lucha de poder y lealtad entre sus padres. Su concepto de familia integrada cambia abruptamente a la de dos espacios familiares en los que sus dos padres, independientes en cuanto a su relación mutua, tienen ahora nuevas circunstancias de vida pero siguen compartiendo el lazo con sus hijos. La nueva estructura, la de crianza compartida, propone que esa nueva organización  contemple la relación de los hijos con ambos padres equitativamente, que ambos padres tengan la oportunidad de vincular en iguales calidades y cantidades con sus hijos y que los hijos tengan acceso ilimitado, frecuente y significativo con ambos padres. Esto es, aunque con menores diferencias circunstanciales, que el niño sienta que vive con ambos padres aunque estos no vivan juntos. El éxito en la restructuración de los nuevos espacios familiares es un insumo para el bienestar de los niños, mientras es sabido y comprobado que la separación no lo es. Tal vez un padre o una madre cree que mediante la adquisición forzosa de la “lealtad absoluta” de los hijos después de una separación y la obstrucción de la relación con el otro progenitor, se otorga un triunfo, equivalente a conservar la casa, el vehículo o bienes familiares, o bien logra ejecutar una afrenta vengativa exitosa contra su ex pareja. Dichas circunstancias solo demuestran una naturaleza irracional maladaptativa en intensiones y motivaciones, además de un pobre control de impulsos y el carácter agresivo de su comportamiento.

Es tarea de los padres separados, en cualquier caso, ayudar a sus hijos a entender la nueva forma que tiene su familia, propiciar una buena relación entre los niños y su otro progenitor, garantizarles el acceso y los recursos necesarios para su óptimo desarrollo físico, psicológico, social y espiritual, tareas para las cuales es importante contar con apoyo, perspectiva y dedicación de ambos padres, sus propias y posiblemente nuevas familias y los distintos actores sociales involucrados en el desarrollo de ciudadanos mejores y más adaptados.