Los suburbios de la Ciudad de San José, son barrios antiguos, muchos de ellos originarios de la colonia y llenos de tradición, cultura y costumbres interesantes. Aunque los «ticos» contemporáneos estamos transculturizados ya y desde principios de los 80`s y con la estandarización del acceso a la televisión, nos consideramos a veces «Americanos» como los de las series y películas provenientes de USA, pretendiendo adaptar nuestra forma de vida y costumbres a aquellas «maravillosas cotidianidades» que hemos vist0 en la pantalla, generalmente incorporando las menos adecuadas e contraproducentes. Aún a pesar de este fenómeno algunas costumbres de fondo y personajes permanecieron y permanecen inalterables en el sistema sociocultural de nuestro país.

Paradojicamente, una de las costumbres más arraigadas de nuestra cultura, es la del cura español, que en muchas de las iglesias catolicas del pais, durante siglos enteros, reinó como valuarte de la fe católica. Muchas comunidades siempre tuvieron un cura español que a su vez era relevado por otro cura español que a su muerte o retiro era relevado por otra cura español por siglos enteros. Por esa tradición que habla del fenómeno de la conquista y colonización de America, otra transculturización a fin de cuentas, pude conocer al Padre Luis Martínez, un jesuita que a todos los que lo conocimos nos dio más de un ejemplo de vida.

El padre Luis Martínez ya era un adulto mayor cuando yo lo conocí. Un español que tras 40 años de vivir en Costa Rica, todavía conservaba su acento natal intacto, lección de identidad patria indiscutible, y que de manera humilde e incesante trabajaba todos los días para el desarrollo de la comunidad y la atención de los más necesitados. Este hombre magnífico que en su tan humana y accesible forma de ser, era a la vez una celebridad y un mito, nunca tuvo un automóvil, vivía la mayor parte del tiempo, con una cantidad de posesiones materiales que cabían en un baúl de tamaño mediano y regalaba cuanto regalo recibía, camisas, zapatos, colonias, efectivo a los más necesitados, en el acto.

Recuerdo una oportunidad en la que mi padre le regaló un par de zapatos, dado que había observado que los que andaba ya estaban rotos. Días después lo encontramos caminando en la acerca y traía los mismos zapatos rotos y al vernos inmediatamente se nos acercó a decir que los zapatos, se los había dado un vecino que lo había perdido todo en el incendio de su casa. Todavía recuerdo el momento en el que dijo «»… pues mira la suerte, calza lo mismo que yo…»

Este noble hombre, que según la mitología de nuestra comunidad no era únicamente noble de actitud sino también de linaje, construyó incontables casas para los más necesitados, dotó a los barrios del noreste de la comunidad con un colegio, con el que elevó el nivel de escolaridad de los pobladores en un porcentaje importante, haciendo accesible la educación secundaria para muchos jóvenes que habrían optado por abandonar el sistema educativo prematuramente.

Mi padre siempre puso solidariamente su vehículo al servicio del padre Luis, en las noches y fines de semana en los que pudo hacerlo y acompañándolo pude escuchar tantas sabias conversaciones y aportes de este noble señor, además de su mística y genialidad social. En alguna oportunidad, el padre Luis Martínez dijo una frase que luego escuché en otros contextos pero que sin embargo, en esa oportunidad y viniendo de una persona que era el vivo ejemplo de dicho adagio, la frase tuvo un impacto superior en mi forma de pensar. Don Luis dijo «… ustedes saben, si uno no vive para servir, entonces no sirve para vivir» y así este magno hombre creo consciencia en esta comunidad de la importancia de dar, de ser solidario y de servir a los demás, demostrando a la vez que el recibir no es tan imprescindible como lo creemos.

Analizando, años después, el proceder del padre Luis, me doy cuenta que debió ser una persona sumamente feliz dado que dedicaba la totalidad de su tiempo a hacer lo que más lo gratificaba personalmente, servir. Estaba absolutamente comprometido con el bienestar de los demás y vivía ese compromiso exponencialmente ante los distintos retos que se le presentaron en esta comunidad. Su vida tenía un sentido claro y el trabajaba siempre de acuerdo a este sentido, priorizando cabalmente hacia este sentido. Sus relaciones interpersonales eran muy significativas dado que siempre vivía rodeado de la gratitud y las muestras de aprecio de la gente, además de la colaboración y admiración de los que podía ayudar a la comunidad a través de él. Finalmente y aunque esto era de lo que él menos hablaba, su lista de logros no era para nada escueta o limitada, creyéndose en la comunidad que el padre Luis solo recibió reconocimiento por una fracción pequeña de sus logros.

Su caracter sin embargo no era el más afable, en realidad aunque se le podía observar momentos de humor y trato liviano hacia los demás, su actitud era más bien sería y no fueron pocos los feligreses que recibieron fuertes reprimendas por sus actitudes irresponsables o negligentes  y hasta consecuencias severas como la separación de un padre alcoholico y agresivo de su familia, a quienes el padre Luis retiró de su domicilio para reubicarlos en un espacio que acondicionó para ese fin, detrás de la iglesia.

Este gran hombre, nos revela en su proceder un ejemplo consistente de bienestar, tanto personal como social. Nos indica el camino para vivir vidas plenas y significativas más allá de nuestras posesiones materiales. Como la del padre Luis, una vida dedicada a algo que tenga sentido y que se pueda medir, a pesar de la orientación religiosa, en el bienestar de una comunidad, en el desarrollo de sus miembros, en la alegría de los niños, en el cese del sufrimiento, debe ser una vida llena de satisfacciones y digna de imitar a diferencia de algunas de esas vidas, superficiales y vacías, que hemos visto en la pantalla y que nos han seducido por mucho tiempo ya, afectando nuestra sociedad hasta alcances inimaginables todavía.